
Yo supongo que las tardes en el despacho del presidente no deben ser de vino y rosas. No lo fueron cuando todo marchaba bien, no han de serlo, pues, cuando diriges un gobierno “casual” (como la moda) en medio de la tormenta del fin del mundo.
Nuestro presidente, el presidente, no tiene el título de Patrón de Embarcaciones de Recreo (P.E.R.) pero como si lo tuviese se sienta en su butaca y se imagina capitán de una nave llamada España y, según lo que imagina, firma documentos como el que reparte autógra

A media tarde, con el sunset posándose en los balcones de palacio recibe el parte meteorológico, el “interno” que le trae la servicial Leire, siempre en su punto como un buen arroz valenciano, o los “externos”, por turnos de ministerio (la que mola es Bibi superway cuando entra con su carpeta de “vogue” llena de pegatas colegiales).
Nuestro presidente, digo, no tiene el P.E.R. (observe el sagaz lector que digo P.E.R. porque como si tal dirige nuestros destinos, igual que si esto fuese un velero de recreo, sin prisa, sin destino fijo reconocido… como cuando uno veranea, apaga el móvil, y desea perderse sin planes para el día siguiente). Y es que Rodríguez Zapatero (al que las malas lenguas llaman El Zapataki), una vez obtenido el calificativo de peor presidente desde la Transición, quiere obtener su Cum Laude a base de mostrarnos su egocentrismo sin percatarse que ni navega con rumbo ni posee las capacidades para estar a los mandos y gobierno de una nave que se le antoja excesivamente grande para sus limitadas dote. Sin cualidades para dirigir España y parapetado en su posición inexpugnable sigue dirigiendo el país con apoyo de los chinos… del popular juego de los chinos, digo, y según lo que saque así hace o deshace. Por culpa de su nefasta gestión (y la de un equipo que da miedo), por sus nervios y una latente improvisación España va a despertar la mañana siguiente a la Gran Tormenta navegando, o mejor dicho, flotando al pairo en un océano sin tierra firme a la vista. Este capitán sin dotes, más bien grumete venido a más, ha tenido la ocurrencia de desplegar todo el velamen de España en medio de aquella, esta, atroz tormenta y ha consumido el combustible forzando las máquinas de la nave mientras navega contra las corrientes. Resultado: En el comienzo del amanecer, tras el cataclismo, España tiene las velas destrozadas, los palos partidos, no hay combustible y el motor no arranca.
Aunque por la radio de a bordo utilice el código internacional nadie le escuchará porque nuestro barco parece apestado, la inversión extranjera mira hacia otro lado y el peso específico del presiente bucea en cota negativa rozando el suelo submarino cargado a la espalda con una botella de oxigeno en forma de cero a la izquierda.

Y yo, que no soy creyente pero sí respetuoso, solo puedo acurrucarme en el rincón más profundo y escondido mirando arriba con las manos unidas mientras murmuro… virgencita, virgencita… (el resto lo conocen ustedes, sabios lectores)
La economía, palo mayor de este velero, se ha desmoronado pero igual la arregla el gobierno con un buen trozo de esparadrapo, marca Ñ, que para sus miembros es una buena solución. Y esa es la panacea para estos, una Ñ bien grande en cada calle, en cada carretera de nuestra sufrida piel de toro, ¡eso sí!, sobre cartelones bien grandes para que oculten las miserias que tristemente se esconden detrás.
Parece que oteando el horizonte del futuro en busca de la salvación de los de siempre no ve que en cubierta que el paro se descontrola como una loca manguera a toda presión que chorrea discrecionalmente sobre un barco ya maltrecho que puede inundarse. No importan las instrucciones que se den, el libro de donde proceden está en muchos idiomas y dialectos, como las lenguas que se hablan a bordo y así no se puede entender ni… el famoso Tato pepero.
Zapatero me ha mirado, me tiende su mano temblorosa y susurra algo. Yo prefiero contestarle “casi… que no me ayudes” mientras sigo viendo que en este palacio flotante (y a la deriva) de Alí Babá ya no son todos… días de vino y rosas.
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